Imaginate en la siguiente situación
Estás caminando muy tranquilamente por la calle, disfrutando de un hermoso día soleado. La gente, los ruidos y el caos de la ciudad pasaron a estar en segundo plano; estás muy concentrado en tus pensamientos. ¡La reunión de negocios salió tan bien esta mañana! Tu sonríes mientras disfrutas una cálida brisa que hace bailar a tu cabello. De repente sientes una mano violenta intentando entrar a tu bolso y agarrar tu billetera. Instintivamente tratas de detener a esa mano: te aferras a tu bolso e intentas sostenerla con toda tu fuerza. Tus dedos, sujetados fervientemente a tu bolso, comienzan a doler al comenzar a tironear en contra del atacante. No quieres soltarlo; soltar tu bolso te dejaría devastada y sintiéndote vencida y vacía. Pero la pelea es demasiado dura, y el dolor es demasiado fuerte. Finalmente aflojas y dejas al sujeto escapar con la suya. «¡Devuélveme mi billetera!», gritas con desespero. Pero mientras observas al asaltante desaparecer entre las multitudes, sabes que tu llanto es en vano. Te han robado. Has perdido la billetera.
¿A quién le gusta perder algo? ¡A NADIE!
¿Entonces por qué me sigo diciendo una y otra vez que tengo que perder peso? ¿Por qué la sociedad insiste en que perdamos peso?
¿Por qué el peso tiene que ser perdido?
Ahora imagina que estás almorzando en el restaurante de todos los días con tus compañeros de trabajo, bebiendo tu gaseosa mientras disfrutas de una conversación distendida. Tienes hambre y te preguntas por qué se demora tanto tu comida. Quieres ver si el camarero se está aproximando, así que giras media vuelta en tu asiento y notas que hay una billetera apoyada sobre la mesa de al lado. ¡Alguien se la debió haber olvidado allí luego de haber pagado su comida! Ni lo dudas, sabes exactamente qué hacer: la levantas y la llevas al cajero. Estás seguro que el dueño de la billetera regresará al restaurante a buscarla. Sabes perfectamente bien que no te quedarás con algo que no te pertenece.
Por naturaleza, el ser humano se niega a perder algo que considera que le pertenece. Y se negará aún más si alguien lo presiona o quiere hacer que lo pierda a la fuerza.
Por otro lado, si tenemos algo que no nos pertenece, no nos lo quedaremos. Estamos convencidos que eso es lo que debemos hacer, que es lo correcto, así que haremos todo lo posible para devolverlo.
…Yo sufría por mi obesidad hasta que un buen día me dije a mi mismo:
«No puedo vivir la vida de esta manera, no puedo dejar a la comida controlar mi vida y hacerme miserable. ¡He tenido suficiente!»
Y ahí me di cuenta. Había encontrado una palabra que me había traído alivio instantáneo. Y esa palabra era SUFICIENTE.
¿Pero qué significaba esto? ¿Qué significaba «suficiente»? ¿Y qué tenía que ver el «suficiente» con mi relación con la comida?
Traté de recordar cómo era el plato que mi madre me servía en la mesa cuando era chico. Esa porción era suficiente. No digo ni chica ni mísera. Era exactamente lo que necesitaba ingerir para nutrirme y no engordar. Era lo SUFICIENTE.
Mi estilo de vida comenzó a cambiar en cuanto descifré de dónde venía mi angustia y por qué me era tan difícil alejarme de los excesos de comidas.
Me di cuenta que, a medida que fui creciendo y de manera inconsciente, comencé a creer que cada vez más y más cosas me pertenecían. Cualquier cosa que podía costear me pertenecía.
Las nuevas generaciones están creciendo con una porción distinta en sus platos. Si vamos a cualquier restaurant, la porción en el plato es muy superior a la que realmente necesitamos. Pero desde nuestro punto de vista, hasta el último bocado nos pertenece. Y no está en nuestra naturaleza dejar de lado algo que nos pertenece. Después de todo, a quién le gusta perder algo?
La clave para conseguir la paz, la calma y el alivio es simplemente entender y darse cuenta que no todo lo que está en el plato me pertenece. Sólo la cantidad suficiente es mía, la cantidad suficiente es mi billetera. El resto de la comida en el plato no es mía, eso es el exceso, es la billetera de alguna otra persona.
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